En Oaxaca, un
estado lleno de calles, callejones, plazuelas, ciudades y municipios en donde
existen grandes historias en cada uno de los rincones de todos los edificios
que lo conforman, algunas de estas historias se han convertido en leyendas
pasadas de generación en generación. Una de estas antiguas historias se remonta
a la época de la colonia, en la ciudad de Miahuatlán, una ciudad en la que se
llevaba a cabo la actividad del comercio de manera muy común y, debido a todo
lo que los españoles trajeron a la Nueva España cuando la colonizaron, era una
ciudad en donde era muy normal escuchar por las mañanas o por las tardes a
caballos cabalgando, recorriendo las grandes colonias de esta ciudad.
Dice la leyenda
que una noche de luna llena estaban unos españoles peninsulares haciendo sus
recorridos después del toque de queda para asegurarse que no había ningún
indígena, mestizo o criollo en las calles de la ciudad. Estos españoles siempre
viajaban en grandes carretas con 4 caballos y, generalmente, con grandes armas.
Pero esa noche no. Esa noche la carreta en la que iban anteriormente se había
roto y por lo tanto habían olvidado sus armas ahí ya que tenían que continuar
con sus rondines habituales de la manera más rápida posible debido a que sus
comandantes eran muy estrictos y si se enteraban de lo sucedido los
destituirían.
Entonces, esa
fría y oscura noche iba pasando normal, sólo con el incidente anterior pero no
les afectó de manera significativa hasta que, pasada la medianoche, escucharon
un estruendoso ruido en una calle llamada Basilio Rojas, la cual estaba a una
cuadra de la calle en la que se encontraban ellos. Con la intención que saber
que estaba sucediendo, fueron velozmente hacia el lugar y encontraron a un
indígena que contenía un arma que les pertenecía a ellos. Al tratar de hablar
con él, se dieron cuenta que ese indígena había robado sus armas de la carreta
que habían abandonado anteriormente, y, el indígena, enojado por las cosas que
los españoles habían realizado a su población desde que llegaron, intentó
dispararles, pero, al no saber cómo utilizar un arma, le terminó disparando a
los caballos. Los españoles corrieron hasta quedar resguardados en una casa a
la que obligaron a la familia para que los dejaran pasar, pero dejaron a los
caballos y a la carreta ahí, con todas las cadenas desarmadas y la sangre
derramada.
Desde entonces,
dicen las personas que viven en esta calle y en calles aledañas que todas las
noches de luna llena se escuchan cadenas y el sonido de los caballos
cabalgando, y si salen más tarde de la medianoche, aún pueden ver una carreta
recorriendo todos los locales que están establecidos en la actualidad.
Autor: Jessica Samantha Cruz Ruiz
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