martes, 20 de noviembre de 2012

Leyenda: Los caballos siguen rondando.




  En Oaxaca, un estado lleno de calles, callejones, plazuelas, ciudades y municipios en donde existen grandes historias en cada uno de los rincones de todos los edificios que lo conforman, algunas de estas historias se han convertido en leyendas pasadas de generación en generación. Una de estas antiguas historias se remonta a la época de la colonia, en la ciudad de Miahuatlán, una ciudad en la que se llevaba a cabo la actividad del comercio de manera muy común y, debido a todo lo que los españoles trajeron a la Nueva España cuando la colonizaron, era una ciudad en donde era muy normal escuchar por las mañanas o por las tardes a caballos cabalgando, recorriendo las grandes colonias de esta ciudad.

  Dice la leyenda que una noche de luna llena estaban unos españoles peninsulares haciendo sus recorridos después del toque de queda para asegurarse que no había ningún indígena, mestizo o criollo en las calles de la ciudad. Estos españoles siempre viajaban en grandes carretas con 4 caballos y, generalmente, con grandes armas. Pero esa noche no. Esa noche la carreta en la que iban anteriormente se había roto y por lo tanto habían olvidado sus armas ahí ya que tenían que continuar con sus rondines habituales de la manera más rápida posible debido a que sus comandantes eran muy estrictos y si se enteraban de lo sucedido los destituirían.

  Entonces, esa fría y oscura noche iba pasando normal, sólo con el incidente anterior pero no les afectó de manera significativa hasta que, pasada la medianoche, escucharon un estruendoso ruido en una calle llamada Basilio Rojas, la cual estaba a una cuadra de la calle en la que se encontraban ellos. Con la intención que saber que estaba sucediendo, fueron velozmente hacia el lugar y encontraron a un indígena que contenía un arma que les pertenecía a ellos. Al tratar de hablar con él, se dieron cuenta que ese indígena había robado sus armas de la carreta que habían abandonado anteriormente, y, el indígena, enojado por las cosas que los españoles habían realizado a su población desde que llegaron, intentó dispararles, pero, al no saber cómo utilizar un arma, le terminó disparando a los caballos. Los españoles corrieron hasta quedar resguardados en una casa a la que obligaron a la familia para que los dejaran pasar, pero dejaron a los caballos y a la carreta ahí, con todas las cadenas desarmadas y la sangre derramada.

  Desde entonces, dicen las personas que viven en esta calle y en calles aledañas que todas las noches de luna llena se escuchan cadenas y el sonido de los caballos cabalgando, y si salen más tarde de la medianoche, aún pueden ver una carreta recorriendo todos los locales que están establecidos en la actualidad.


Autor: Jessica Samantha Cruz Ruiz

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