Érase una
vez, en el centro de la ciudad de Oaxaca, una historia de amor que sonará muy
convencional, pero es muy especial. Eran solo dos adolescentes de 16 años que
se habían conocido pocos meses atrás, se llamaban Carlos y Ana. Eran amigos,
compañeros y a veces hasta confidentes. Ambos vivían en buenas condiciones,
tenían una buena familia, una vida hasta cierto punto normal. Tenían amigos,
salían mucho, en fin… una adolescencia sana. Pero había algo que tenían en
común; a su corta edad, ya habían tenido muchas decepciones por culpa del amor.
Ellos conocían sus historias y mantenían una muy buena amistad, hasta que un
día salieron con muchos de sus amigos a realizar un proyecto a diferentes
lugares de la ciudad. Fueron a comer, platicaron, y como siempre rieron mucho,
porque Carlos siempre le sacaba una sonrisa a Ana. Pero ese día fue algo
especial; estuvieron todo el día juntos y, sin razón alguna aparente, se
tomaron de la mano. Ninguno de los dos supo cómo sucedió, pero ninguno de los
dos quiso separarse uno del otro. Fue ahí como empezó su historia. Ana se fue a
su casa pensando en él, en que había pasado aquella tarde y de repente se
sintió muy extraña. Al mismo tiempo, Carlos llegó muy feliz a su hogar, porque se
dio cuenta que le gustaba Ana desde hace unos días, y ahora sabía que podría
tener una oportunidad con ella. A la semana siguiente ninguno de los dos quiso
hablarse, debido a que les daba mucha pena, pero empezaron a hablar por
internet y poco a poco empezaron a decirse lo que cada uno sentía de forma
indirecta. Después de todo, un día, el último día de clases, Carlos decidió
decirle a Ana que si quería ser su novia, a lo que ella contestó que sí.
Carlos y Ana fueron muy felices todo lo que duraron
las vacaciones de verano; salían casi todos los días, estaban todo el día
juntos aunque vivían de extremo a extremo de la ciudad, se querían, se
abrazaban, se besaban, disfrutaban de su compañía… en fin, eran una pareja de
adolescentes felizmente enamorada y única, de esas parejas que ya casi no se
ven en las escuelas o en el centro de la ciudad. Era una relación bonita y sana,
pasando todo al tiempo en el que tenía que pasar. Se tenían mucha confianza, la
familia de Carlos conocía a Ana y la familia de Ana conocía a Carlos, comían
juntos y era muy agradable verlos caminar tomados de la mano por los parques y
los lugares en los que pasaban.
Las vacaciones habían terminado, ya tenían que
regresar a la escuela y hasta ese entonces aún eran felices. Nunca habían
tenido una pelea razonablemente fuerte, disfrutaban su noviazgo como pocas
personas lo hacían. Entonces, cuando llevaban 3 meses, los problemas
comenzaron.
Ana era muy celosa y Carlos, en su pasado, había
tenido muchas novias con las cuales aún se llevaba muy bien, mejor de lo que a
Ana le gustaría. Una en particular, Adriana, no era mucho de su agrado. Ella
influía mucho en Carlos, y él siempre hablaba de ella, lo cual le enojaba
muchísimo a Ana. Él, en cambio, se enojaba con ella porque era sumamente
distraída y muchas veces saluda a otras personas cuando estaba con él. Este
tipo de cosas empezaron a ocasionar muchos problemas entre ellos, más cuando
las mejores amigas de Ana, Karla, Diana y Samantha empezaron a decirle que
Carlos le estaba haciendo daño, que debía dejarlo por su propio bien y que no
necesitaba a un hombre para ser feliz. Ana lo entendía y lo sabía, sabía que no
lo necesitaba, que no moriría sin él, pero sabía que algo peor que no poder
dejar a alguien, es no querer alejarse. Así pasaron otros 3 meses, tenían ratos
muy muy hermosos, pero las peleas se estaban volviendo cada vez más constantes
y cada vez menos soportables. Llegaron a un punto en el que se peleaban todos
los días por mensaje, y Ana empezó a llorar mucho, más de lo que debía, casi
todos los días.
Un día, se pelearon tan feo que ella lloro toda la
noche y todo el día siguiente en la escuela. Ana no quiso hablar con Carlos, lo
cual empeoró aún más las cosas. Todas las personas le decían que lo dejara, y a
Carlos sus amigos le decían lo mismo. La verdad es que ambos se estaban
haciendo daño, pero Ana era de cierta manera masoquista y no quería dejarlo,
estaba enamorada perdidamente de Carlos. A diferencia de él, que, aunque la
quería, lo único que buscaba era que ella se sintiera igual o peor que él.
Después de muchos días así, ella ya no pudo más y
terminó con él, pero posteriormente se arrepintió y lo buscó. Él, en venganza,
la hizo sentir la peor mujer del mundo y la dejó por su ex novia, Adriana, sabiendo
que le dolería a Ana, y efectivamente así fue.
Ana lloró por meses y meses, ya no salía, sus amigas
se hartaron de verla así y finalmente optaron por dejarla. Solo quedaba
Samantha, y ella muchas veces ya no sabía que decirle para hacerla sentir bien,
a veces solo se sentaba a su lado a escucharla llorar.
Por su parte, Carlos se había arrepentido mucho de
lo que había hecho, pero sabía muy bien que ya no merecía volver a buscar a
Ana. Ya le había hecho mucho daño, y era un tipo de daño irremediable,
colateral. Por mucho que se pudiera arrepentir sabía que no merecía el perdón
de Ana, y aunque la extrañara tenía que
aceptar las consecuencias de todos sus actos. La amaba inmensamente, y aunque a
veces el egoísmo le ganaba porque quería y necesitaba estar a su lado, siempre
recapacitaba y todo ese dolor y sufrimiento lo guardaba en lo más profundo de
su alma. Con sus amigos decía que ya no le importaba, que había como mil
mujeres más, pero la verdad es que él sabía que jamás volvería a encontrar a
alguien como Ana, alguien que lo amara de esa manera, que lo cuidara, que se
preocupara todo el tiempo por él, que le regalara cosas, que le hiciera
detalles… Sabía que se podría enamorar de nuevo en mucho tiempo, pero jamás
como se enamoró de Ana y nunca con una persona como ella. Realmente era una
mujer única. Y, aunque sus amigos le creyeran todas sus historias, ellos
también se daban cuenta y sabía que Carlos no había olvidado ni un poquito a
Ana.
El ambiente en el que vivían ambos era destructivo
para sus corazones. Se veían todos los días en la escuela, Ana se veía todo el
tiempo con ojeras y los ojos hinchados de tanto llorar, mientras Carlos se
hacía el fuerte con sus amigos. Ambos estaban dañados seriamente, pero ninguno
podía hacer nada al respecto, aunque en el fondo sabían que aún se amaban
mutuamente. Lo sabían porque a veces, no muy a menudo pasaba, pero a veces, tan
solo a veces, sus miradas se cruzaban y aún sentían ese extraño cosquilleo en
el estómago, como cuando eran felices juntos. Carlos aún tenía esa mirada de
ternura hacia Ana, y a ella aún le brillaban los ojos cuando la veía así. Por
un instante sabían que aún se amaban, que en el camino se habían equivocado y
que no supieron cómo solucionarlo y seguir adelante en su relación.
Después de todo, pasaron meses y meses, pasó un año
y medio, y finalmente salieron del bachillerato. Ninguno tuvo una relación en
ese tiempo, Ana recuperó algunas de sus amigas, pero jamás volvió a ser la
misma. Se volvió fría y directa, y no soportaba ver a otras personas enamoradas
o con pareja, simplemente le rompía el corazón. Carlos aparentemente siguió
normal pero aún le dolía. Ambos se fueron a otros estados, ella a Cuernavaca y
Carlos al Distrito Federal. Pasaron 5 años, llevaron vidas muy distintas; ella
se concentró completa y plenamente en sus estudios científicos, él vivió su
universidad de fiesta en fiesta, con muchos amigos, pero de buena manera. Jamás
supieron nada del otro, jamás volvieron a mandarse ni un solo mensaje, jamás
volvieron a llamarse ni un solo minuto. Su vida parecía muy tranquila, soportando
de manera pasable su soledad.
Pero un día todo volvió a cambiar. En la época de
diciembre, 3 años después de que se graduaron de la universidad, Ana regresó a
Oaxaca a pasar las vacaciones con su familia, ya que no los podía ver antes.
Carlos había regresado porque había encontrado un trabajo en una empresa en el
centro, llevaba poco menos de un año trabajando ahí. Entonces ocurrió… el
destino volvía a unirlos.
Ana fue a hacer compras navideñas para sus sobrinos,
pero no encontraba un juguete y fue de tienda en tienda buscándolo. Estaba en
una tienda enorme, estaba desesperada y se frustró mucho, tanto que no se
fijaba en donde caminaba. Entonces tropezó con un hombre. El hombre se disculpó
cortésmente, y la vio. Al principio ninguno se reconoció, pero cuando cruzaron
sus miradas supieron quiénes eran. Carlos y Ana habían vuelto a encontrarse,
después de casi 8 años. Se dieron cuenta que aún sentían el cosquilleo en el
estómago, y las ganas de abrazarse eran inmensas. Se quedaron viendo como 5
minutos. Sin la necesidad de hablar, se estaban amando. Lo sabían, no era
coincidencia, era el destino. Su destino era estar juntos, a pesar de todo lo
que pasaron. Carlos no supo que hacer y lo primero que pensó fue en besarla, y
fue lo que hizo. Se besaron y volvieron a sentir esa conexión. Se dieron cuenta
que ellos pertenecían ahí, el uno con el otro, amándose a pesar de todo. Y su
historia inició de nuevo, con un final feliz, con un amor eterno, hermoso,
inevitable, inexplicable… irremplazable.
Autor: Jessica Samantha Cruz Ruiz
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