martes, 20 de noviembre de 2012

Leyenda: Una tarde en el panteón.



  Hace algunos años, mientras disfrutaba de unas hermosas vacaciones un pueblo llamado Tututepec, ocurrió algo que me enchinó la piel y qu hasta hoy no he podido hallar una respuesta lógica a aquello de lo que mis ojos fueron testigos.

  Una tarde al llegar de la playa, mi abuela nos envió a mis primos, a mi hermano y a mí a dejarle flores a la tumba de mi abuelo en el panteón del pueblo, el cual se encontraba en una zona alejada del centro, un tanto elevada y rodeada por hectáreas de árboles y cerros; tomamos las flores y salimos camino al panteón. Todo era risa y diversión hasta que entramos al cementerio, de pronto una briza fría y pesada se hizo presente y hubo un momento en el que pareció oscurecerse, lo cual no se nos hizo extraño pues ya era tarde y habíamos perdido demasiado tiempo cortando frutas de camino al panteón. Lo primero que hicimos al entrar fue saludar al velador, quien era un señor de edad adulta, callado y humilde. Recuerdo que nos dijo: “Tengan cuidado, nunca se sabe qué se puede encontrar a estas horas” nosotros no comprendimos la razón de aquellas palabras, así que sin demorar más, corrimos a la tumba del abuelo echando carreritas.

  Uno de mis primos, Jorge, tropezó con una piedra y cayó justo al costado de una tumba que se encontraba demasiado dañada, tanto que tenía una gran abertura. Al levantarse, gritó que lo esperaramos, pues estaba oscureciendo y él siempre ha sido miedoso. Lo esperé y seguimos juntos a encontrarnos con los otros en la tumba del abuelo, limpiamos un poco el lugar y colocamos las flores. Aquella briza fría, empezó a hacerse más marcada y la noche empezaba a amenazar con su llegada. Mi hermano, José, tenía hambre por lo que debimos apresurarnos para llegar a casa.

  De la nada, a nuestra derecha apareció una señora con el rostro cubierto con un velo negro, ella vestía un largo y viejo vestido. Al verla, Jorge exclamó: “¡Es la muerte!” al escucharlo, le di un codazo y le dije que se dejara de niñerías, miré a la señora y dije: “Buenas noches” a lo cual no hubo respuesta, sin importarnos, seguimos caminando, pero más adelante apareció la misma señora en otra tumba. Esta vez, la piel se me enchinó y sentí cómo una sensación de pánico recorrió todo mi cuerpo, mis primos y mi hermano estaban pálidos e inmóviles, hasta que Daniel como pudo logró decir: “Vámonos” aún en shock por la impresión, corrimos hasta la puerta intentando alejar aquellos pensamientos tenebrosos.

  En la puerta se encontraba sentado el velador, a quien le pregunté: “Disculpe, ¿no vio entrar o salir una señora alta, cubierta con un velo negro y un vestido viejo?” a lo que él contestó: “No, no hay nadie más aparte de nosotros en este panteón, pero yo he visto a esa señora, se aparece y ronda por las tumbas más recientes todos los días.” Aquellas palabras nos dejaron perplejos, como pude salí corriendo sin mirar atrás y por los pasos, pude escuchar que mis primos y mi hermano venían justo detrás de mí. Nos detuvimos en la puerta de la casa, tomamos aire, entramos y nos encerramos en un cuarto. No podíamos siquiera pensar en eso porque el miedo se apoderaba de nosotros. Quisimos olvidar aquel momento y no volvimos a comentar lo ocurrido.

  Cuenta la leyenda que aquella señora con el rostro cubierto, era la muerte que hacía la última visita a aquellos que se había llevado.


Autor: Sandra Stephany Baños Jimenez

No hay comentarios:

Publicar un comentario