Hace algunos años,
mientras disfrutaba de unas hermosas vacaciones un pueblo llamado Tututepec,
ocurrió algo que me enchinó la piel y qu hasta hoy no he podido hallar una
respuesta lógica a aquello de lo que mis ojos fueron testigos.
Una tarde al llegar de
la playa, mi abuela nos envió a mis primos, a mi hermano y a mí a dejarle
flores a la tumba de mi abuelo en el panteón del pueblo, el cual se encontraba
en una zona alejada del centro, un tanto elevada y rodeada por hectáreas de
árboles y cerros; tomamos las flores y salimos camino al panteón. Todo era risa
y diversión hasta que entramos al cementerio, de pronto una briza fría y pesada
se hizo presente y hubo un momento en el que pareció oscurecerse, lo cual no se
nos hizo extraño pues ya era tarde y habíamos perdido demasiado tiempo cortando
frutas de camino al panteón. Lo primero que hicimos al entrar fue saludar al
velador, quien era un señor de edad adulta, callado y humilde. Recuerdo que nos
dijo: “Tengan cuidado, nunca se sabe qué se puede encontrar a estas horas”
nosotros no comprendimos la razón de aquellas palabras, así que sin demorar
más, corrimos a la tumba del abuelo echando carreritas.
Uno de mis primos,
Jorge, tropezó con una piedra y cayó justo al costado de una tumba que se
encontraba demasiado dañada, tanto que tenía una gran abertura. Al levantarse,
gritó que lo esperaramos, pues estaba oscureciendo y él siempre ha sido
miedoso. Lo esperé y seguimos juntos a encontrarnos con los otros en la tumba
del abuelo, limpiamos un poco el lugar y colocamos las flores. Aquella briza fría,
empezó a hacerse más marcada y la noche empezaba a amenazar con su llegada. Mi
hermano, José, tenía hambre por lo que debimos apresurarnos para llegar a casa.
De la nada, a nuestra
derecha apareció una señora con el rostro cubierto con un velo negro, ella
vestía un largo y viejo vestido. Al verla, Jorge exclamó: “¡Es la muerte!” al
escucharlo, le di un codazo y le dije que se dejara de niñerías, miré a la
señora y dije: “Buenas noches” a lo cual no hubo respuesta, sin importarnos,
seguimos caminando, pero más adelante apareció la misma señora en otra tumba.
Esta vez, la piel se me enchinó y sentí cómo una sensación de pánico recorrió
todo mi cuerpo, mis primos y mi hermano estaban pálidos e inmóviles, hasta que
Daniel como pudo logró decir: “Vámonos” aún en shock por la impresión, corrimos
hasta la puerta intentando alejar aquellos pensamientos tenebrosos.
En la puerta se
encontraba sentado el velador, a quien le pregunté: “Disculpe, ¿no vio entrar o
salir una señora alta, cubierta con un velo negro y un vestido viejo?” a lo que
él contestó: “No, no hay nadie más aparte de nosotros en este panteón, pero yo
he visto a esa señora, se aparece y ronda por las tumbas más recientes todos
los días.” Aquellas palabras nos dejaron perplejos, como pude salí corriendo
sin mirar atrás y por los pasos, pude escuchar que mis primos y mi hermano
venían justo detrás de mí. Nos detuvimos en la puerta de la casa, tomamos aire,
entramos y nos encerramos en un cuarto. No podíamos siquiera pensar en eso
porque el miedo se apoderaba de nosotros. Quisimos olvidar aquel momento y no
volvimos a comentar lo ocurrido.
Cuenta la leyenda que
aquella señora con el rostro cubierto, era la muerte que hacía la última visita
a aquellos que se había llevado.
Autor: Sandra Stephany Baños Jimenez
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